Vivir en una cuarentena permanente

09.05.2020


Por: Leticia Espinoza

Hace cinco meses Jessica huyó de su casa. Se atrevió a contarle a unas mujeres que atendían el comedor a donde iba, que su pareja la golpeaba. Nunca se imaginó que llegaría a un refugio y menos que saldría de él, en medio de la pandemia del COVID 19.

"El día que salí de mi casa no tenía pensado quedarme en un refugio. Yo lo que quería era irme con mi familia. Aquí no tengo a nadie, pero recibí llamadas de mi ex pareja y eso me orilló a venir al refugio", cuenta Jessica, a quien llamaremos así por motivos de seguridad.

Dos semanas antes de su ingreso al refugio de la Fundación Luz y Esperanza, su pareja le había dado una golpiza, fue la última que soportó luego de ocho años de sufrir maltrato verbal y psicológico.

Llegó al Centro de Atención Externa custodiada por aquellas mujeres que la ayudaron, era una mañana muy fría, ella apenas y estaba abrigada con un suéter, tenía la piel y el cabello resecos, estaba delgada y el miedo se veía en sus ojos, era como un pajarito maltratado, herido.

De acuerdo con la Red Intercultural de Refugios a la cual pertenece la Fundación Luz y Esperanza, el 90% de las mujeres que ingresan a los refugios han sido víctimas de intentos de feminicidios, además, el 95% de las mujeres menciona que el último episodio violento que vivieron se dio en el hogar, justo antes de salir para salvar su vida y la de sus hijas e hijos.

Jessica recuerda que los niños le decían: -aquí no es nuestra casa, ¿por qué no nos vamos?-. Sin embargo, a través de las terapias y la comunicación constante, los pequeños comprendieron que era un paso más, un tiempo para poder vivir otra vida en la que no se repitieran los golpes, los insultos, el miedo.

"Mi vida es más tranquila. Antes de llegar aquí, no podía salir tampoco. Él no me dejaba, solo de la escuela a la casa. Si salía, el fin de semana me golpeaba. Me decía, -sin mí, no vas poder, no eres nada y todo eso me lo creía-".

Jessica, a diferencia del resto de la población a la que se le pide no salir de casa para evitar el contagio de Coronavirus, había soportado una constante cuarentena pues su agresor poc a poco la fue aislando, la trajo con mentiras a Satillo, le había dicho que harían una vida juntos, que los dos saldrían adelante trabajando en alguna fábrica. Se aprovechó de que ella, aquí no tenía familia.

Tras ese largo periodo de encierro, adaptarse a las condiciones del refugio de la Fundación Luz y Esperanza no fue difícil. No extrañaba casi nada del exterior; se fue transformando, en un ave con nuevo plumaje, ahora sus ojos brillan, se le ve segura y con sueños, cuando salga quiere montar un negocio de comidas típicas de su pueblo.

Dice que dentro del refugio le enseñaron algunos oficios, por primera vez usó una computadora, aprendió a leer y escribir, un derecho que desde pequeña sus abuelos le negaron, le decían que estudiar no era importante y la mandaron a trabajar.

Las mujeres víctimas de violencia que ingresan a los refugios deben permanecer ahí tres meses para llevar un tratamiento que las ayude a superar los episodios de violencia. Pero la estancia de Jessica en el refugio se prolongó cinco meses debido a las condiciones de su caso, y hace unas semanas cuando estaba a punto de egresar, la pandemia originada por COVID-19 canceló sus boletos para viajar.

Aun así, está preparada para volver a la realidad, aunque tiene miedo a que ella y sus hijos se contagien, pues en el refugio se siente protegida de su agresor y de la pandemia, quiere empezar a volar, a vivir libre de violencia.

El 31 de marzo, el Secretario de Salud del Gobierno Federal, Hugo López-Gatell Ramírez, dio a conocer que como parte de las Medidas de Seguridad Sanitaria ante el COVID-19, los Refugios y los Centros de Atención continuarían en operaciones ya que son actividades esenciales.

Desde el inicio de la pandemia, a finales de marzo, la doctora Rosa María Salazar Rivera, Directora de la Fundación Luz y Esperanza alertó sobre el incremento de violencia en el hogar derivado del aislamiento social. A la fecha los cinco refugios que operan en Coahuila, ubicados en Saltillo, Monclova, Torreón y Ciudad Acuña, están funcionando al cien por ciento de su capacidad.

"Las mujeres empezaban a llegar en mayo, junio o julio, y luego bajaba la curva de atención, ahora todo el año se ha incrementado. También hemos visto que pueden entrar quince días y se salen, debido al aislamiento por la pandemia aumenta la tensión en los hogares, pasan los quince días, se sienten más tranquilas y solicitan su egreso y damos el seguimiento", señala.

Las atenciones se han incrementado hasta tres veces más en el refugio de la Fundación Luz y Esperanza cuya capacidad es para siete mujeres con sus familias. Desde que empezó la cuarentena se ha registrado un mayor número de ingresos, mujeres que tras salir de la crisis en la que llegan, solicitan su egreso a los pocos días; lo cual ha servido como mecanismo regulador, pues de no ser así el refugio no tendría la capacidad para ayudar a todas las víctimas que lo requieren.

"La violencia la venían padeciendo tiempo atrás, pero hoy se exacerba la tensión en los hogares y toman la decisión de salir, empujadas por el miedo a que les pase algo; porque siguen con ellos, en otros momentos dicen -se va al trabajo y descanso, pero ahora aquí se quedan-", explica la directora.

Afirma que el refugio opera de manera normal con algunos cambios, las mujeres entran sin hacer contacto con el exterior para mantener su seguridad, realizan distintas diligencias para resolver sus casos en la vía judicial, toman terapias y talleres, mientras que los niños que antes salían a la escuela, toman las clases en el refugio siguiendo el programa de la Secretaría de Educación por televisión abierta.

Han modificado el protocolo de ingreso para identificar algún caso sospechoso de Coronavirus, además se está adecuando un espacio de aislamiento para que se utilice si se requiriera, mientras que el personal que se encuentra en contacto con las mujeres son quienes toman las medidas para evitar el contagio como uso de cubrebocas y el constante lavado de manos.

"Un acto de violencia en este momento de confinamiento es importante señalarlo, decir que está pasando, porque es la única forma de evitar un feminicidio, si las mujeres se quedan calladas, la tensión aumenta dentro de las casas, por el desempleo, porque están todos juntos y puede originarse una tragedia", manifiesta la Doctora Rosa María Salazar.

El aislamiento por la pandemia originada por el Coronavirus, ha provocado un aumento de la violencia en los hogares de Saltillo, y en el número de mujeres que solicitan apoyo. Mujeres como Jessica deben saber que hay un refugio donde se les puede ayudar a salir del aislamiento permanente de violencia en el que se han acostumbrado a vivir, y que aún en tiempos de pandemia se puede comenzar una vida libre de violencia.


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