La migración se llama Elena

10.02.2020

Por: Elizabeth Alfaro

¿Cómo puedes soportar las palabras, las miradas sucias?

Warsan Shire

Elena es uno de los nombres con mayor incidencia en Honduras en la última década.

Elena dio a luz en un albergue para migrantes. Elena ingresó a un centro de salud mental luego de escapar del hombre del que creyó estar enamorada. Elena fue violada en su tránsito a Estados Unidos. Su ropa interior fue colgada como trofeo en el llamado "árbol de los calzones" que simboliza el poder de las agresiones que muchas veces llevan a la muerte a las mujeres migrantes.

Entonces pensemos ¿cuántas Elenas con historias de horror se encuentran en este momento intentando cruzar fronteras? Me perturba.

Elena, de origen centroamericano, tiene múltiples condiciones de vulnerabilidad, pues se ve obligada a dejar atrás su país por diversas violencias, la mayoría relacionadas con su género.

En muchas ocasiones, Elena viaja acompañada de sus hijos e hijas, o bien migra en proceso de gestación, lo cual aumenta considerablemente el riesgo de ser abusada sexualmente o de perder la vida por complicaciones relacionadas con el embarazo. Del 2016 al 2018, las autoridades de inmigración encarcelaron en Estados Unidos a 4 mil 638 mujeres en gestación.

ONU Mujeres contabiliza un promedio de 122 millones de mujeres migrantes y más de 8 millones refugiadas en el mundo. En México, cada año, 45 mil mujeres ingresan al país de manera ilegal con el fin de cruzar hacia Estados Unidos. La mayoría, seguramente huyendo de la violencia. En Coahuila, según cifras oficiales de las autoridades estatales, durante 2015, siete de cada 10 mujeres migrantes fueron víctimas de abuso sexual.

En Saltillo, Elena fue violada y apuñalada. Su cuerpo fue cubierto con ramas secas. Elena también fue violada por tres hombres estando embarazada. Tomó la decisión de no denunciar y continuó su camino con el cuerpo y alma deshechos. Esta realidad evidencia que la violencia contra las mujeres es multifactorial, hiriente y cruel con las menos privilegiadas.

Para colmo, los titulares de la prensa las estigmatizan por viajar solas y embarazadas. Las culpan por no cuidarse o no saber defenderse, por decidir migrar en su condición. Mientras sus agresores, los coyotes, compañeros de viaje o los mismos policías quedan impunes. La injusticia y el miedo se apoderan de Elena.

Elena pierde, la mayoría de las veces, su identidad en el tránsito. Se convierte en mercancía, objeto sexual y es desaparecida en medio del desierto, cerca de las vías del tren o en municipios que apenas conoce. Según informes de las Naciones Unidas, una de cada cinco mujeres refugiadas o desplazadas fueron víctimas de violencia sexual.

Elena es abandonada por sus acompañantes o estafada por sus guías de viaje. Su cuerpo no es identificado, su nombre es olvidado por el mundo, pero no por sus hijos.

Todas migramos. A un país distinto. A una casa lejos de la familia. A un lugar nuevo para descubrirnos y sanarnos. Buscamos nuevas oportunidades de vida y nada es justificación para ser violentadas. Migrar es una forma de rebeldía.

Elena, el rostro de este fenómeno, su historia, su vida, su nombre, ella manifestándose en todas..

Sé que puedo ser Elena, que todas podemos serlo, una Elena lastimada, abandonada, violentada. Pero también la Elena valiente, con esperanza y con sueños de una vida sin violencia. 



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