La ciudad sorora

18.04.2021

Por: Diana Infante-Vargas

Este artículo contiene spoilers del show "Sex Education"

Las redes sociales y los contenidos de entretenimiento recientes cada vez hacen un mejor trabajo en representar situaciones de violencia cotidiana y traerlo a la mesa de conversación. A raíz del movimiento #MeToo fundado por Tarana Burke, miles de mujeres han podido compartir sus vivencias de violencia, y muchas de ellas involucran nuestra presencia en el espacio público. Desde chiflidos y gritos, ser seguidas y fotografiadas sin nuestro consentimiento, ser acosadas sexualmente al utilizar el transporte público, hasta ser agredidas por amamantar en espacios públicos.

Recientemente, la serie original de Netflix "Sex Education" trajo el tema del acoso sexual en el transporte público a nuestras pantallas y logró iniciar un tema de conversación entre miles de mujeres de distintas nacionalidades que se identificaban con la escena. En el show, Aimee utiliza regularmente el camión para llegar a la escuela y en uno de los episodios, durante su recorrido en camión, otro pasajero comienza a restregarse contra su cuerpo y a masturbarse hasta eyacular en su pantalón. Aimee grita y alerta a los demás pasajeros en el camión, pero nadie parece tomar interés en ayudarla y ella decide bajar del autobús. Esta secuencia sienta el ritmo de su trama para el resto de la temporada.

A lo largo de cinco episodios vemos el rango de emociones que una situación así conlleva. Justo después del episodio de acoso, Aimee se queda en shock, perpleja ante lo que pasó. Después está en negación, minimiza lo sucedido e intenta ignorarlo para que pase lo más pronto posible. Luego de intentar levantar un reporte, llega a su casa con un sentimiento de suciedad y tristeza, y es la primera vez en toda la secuencia donde el personaje colapsa ante sus emociones y la ansiedad comienza a subir como levadura.

Durante los siguientes episodios Aimee es físicamente incapaz de tomar el camión, paralizada totalmente por el miedo y la paranoia de encontrarse de nuevo a su agresor, decide comenzar a caminar hasta la escuela, e incluso a otros destinos, a pesar de las largas distancias. Modifica su vestimenta y cambia sus tacones por unos tenis para poder realizar sus largas caminatas de manera más cómoda, pero la ansiedad no desaparece y sus mecanismos de defensa no son suficientes.

Aunque la gran mayoría de las mujeres sabemos lo dolorosas y comunes que son ese tipo de vivencias, el show trae el tema directo a las pantallas de nuestras casas. Le quita el velo a un tema que se trata solo por encimita y como secreto a voces. En Saltillo, el 97% de las participantes en el estudio 'Violencia de Género en el Transporte Público de Saltillo' confirmaron haber vivido algún tipo de violencia sexual al utilizar la combi. Dentro de las formas de acoso más frecuentes se encontró las miradas lascivas con 93%, chiflidos con 75% y palabras ofensivas o humillantes con 73%. La encuesta también reveló que al 20% de las usuarias el agresor les ha enseñado los genitales o se ha masturbado frente a ellas, y cuando se les preguntó si desde que empezaron a utilizar el transporte público el agresor las había obligado a realizar actos sexuales, 4.26% de las participantes contestó afirmativamente.

Al igual que Aimee, las mujeres Saltillenses que vivimos acoso en el transporte público comenzamos a modificar nuestra vestimenta. El 72% de las usuarias del camión en Saltillo procuran utilizar ropa más holgada o cubrirse más si van a utilizar el camión y el 73% comparte su ubicación en tiempo real con alguien de confianza. El 95% de las participantes afirmo estar en un constante estado de alerta, checando sus alrededores, el 76% evita utilizar el transporte público durante la noche y el 41% carga consigo pepper spray, tasers u otras armas de defensa personal.

Si bien el punto principal de la trama de Aimee es hablar sobre el acoso diario que se vive en el camión y representar una situación que vivió años atrás la creadora del show, el análisis va mucho más allá de eso. La trama desemboca en el grupo de amigas esperando a Aimee en su parada habitual para tomar el camión juntas, para acompañarse entre sí y hacerla sentir más segura. En un despliegue emocional de sororidad se demuestra muy sutilmente como la amistad entre mujeres- y las vivencias que todas traemos cargando- hace posible muchísimas experiencias urbanas para nosotras.

Las mujeres vamos por la vida en calles y espacios públicos en los que somos sexualizadas y acosadas, y lenta pero seguramente, comenzamos a desarrollar mapas de miedo de nuestros entornos. Quizá muchas no le demos ese nombre, pero todas tenemos calles por las que no caminamos, rutas de camión que evitamos después de ciertas horas, e incluso zonas de la ciudad a las que no vamos solas o de noche. Nuestros mapas de miedo dictan el nivel de acceso que tenemos a la ciudad y a las experiencias urbanas que esta tiene por ofrecer, y no es algo que se nos haya enseñado. Es algo que desarrollamos de manera inconsciente a raíz de las experiencias de acoso y abuso que vivimos en la ciudad, y se alimenta de las experiencias de amigas y conocidas en redes sociales.

Después de haber vivido una experiencia de abuso sexual en el transporte público mis mapas de miedo de la ciudad cambiaron drásticamente. De pronto no me sentía segura caminando por ninguna calle de la ciudad, mucho menos en el transporte público, especialmente en la ruta en la que sucedió el episodio de violencia. En mi mapa de miedo ya tenía calles por las que prefería no caminar, rutas a las que prefería no subirme, pero de pronto toda la ciudad parecía inaccesible para mi a raíz de lo ocurrido.

Semanas después de lo pasó, yo seguía sin poder tomar el camión a ningún lugar, y caminar para todos lados se estaba volviendo insostenible conforme me llenaba de compromisos laborales. Después de casi un mes de lo ocurrido, me invitaron a formar parte de un foro de mujeres para hablar sobre un protocolo contra la violencia de género en el transporte público. Atziri, una de mis mejores amigas, me acompañó al evento y saliendo me preguntó cómo pensaba irme a casa. En ese entonces todo estaba muy reciente todavía y la opción más "segura" para mi era pedir un uber o esperar a que alguien pudiera pasar por mí. Ella volteó a verme y me dijo: "¿no quieres irnos juntas en camión?".

No tuve una escena emotiva como en el show, e incluso en su momento no lo pensé de esta manera. Hubo mucha ansiedad y miedo de encontrarme a mi agresor de nuevo, Atziri no lo sabía, pero yo no había tomado una combi desde lo que había pasado. Aun así, tener su compañía hizo posible que me sintiera lo suficientemente cómoda para retomar experiencias urbanas que tanto me había costado. Y así como en el episodio de Sex Education, yo ya no estaba sola, iba con mi amiga y era "solamente un tonto camión más".

Las amistades entre mujeres son puente de acceso a un sinfín de experiencias urbanas. Desde usar el transporte público, ir a bares o antros por las noches, e incluso asistir a marchas y protestas. Los lazos de sororidad nos permiten explorar nuestras ciudades y otros entornos en un ambiente de completa libertad, no porque el acoso -o el miedo a ser acosada- ya no exista al estar juntas, sino porque en la compañía de otras mujeres nuestra percepción de seguridad incrementa.

Cuando pienso en el concepto de una ciudad sorora, no pienso en una ciudad sin acoso o sin violencia de género -en parte porque esa realidad está aún en un plano muy lejano para mí- sino en una ciudad con una red de soporte entre amigas. La ciudad siempre-hostil para nosotras se convierte en una ciudad sorora cuando tus amigas te piden avisar por mensaje cuando ya llegaste a tu casa, cuando compartes tu ubicación en tiempo real con tu grupo de WhatsApp y te responden con un "te veo", cuando asistir a una marcha del 8M no se siente como algo peligroso sino un ejercicio de libertad.

Los pequeños actos de sororidad que realizamos entre nuestras redes de apoyo hacen que la ciudad sea un poco más vivible. Nos abre la puerta a una experiencia urbana muy distinta a la de una mujer singular en la ciudad, en la que se vive en constante estado de alerta. Estando juntas, nuestros mapas de miedo se modifican y se reducen. Por cada Aimee en la ciudad, hay una Atziri que permite ir derribando esas barreras urbanas que edificamos ante la violencia de género tan cotidiana y normalizada en la que vivimos.

Si bien, el acoso callejero nos roba nuestro sentido de seguridad, el poder de experimentar la ciudad libremente y el acceso a oportunidades y experiencias urbanas que tenemos a nuestro alcance de manera cotidiana, la amistad entre mujeres nos regresa un cachito de eso.

Referencias:

Infante-Vargas, D. and Boyer, K. (2020) 'Gender-based violence against women users of public transport in Saltillo, Coahuila, Mexico', p. 17. doi: 10.1080/09589236.2021.1915753.

Kern, L. (2020) Feminist city: Claiming space in a man-made world.


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